Perdón por silenciarte, tuve que hacerlo para seguirte queriendo
Una carta de amor a mis ex amores.
Si alguna vez nos compartimos, esto es para ti.
Escribo esto con una de las playeras que me heredó un ex, el pantalón que me regaló un ligue que no pasó a más, escuchando una playlist que me hizo otro después de siete años sin vernos. Obvio, con mi sudadera de Taylor Swift bien puesta porque hace frío y, así como ella, voy a empezar a hablar largo y tendido.
Lo escribo como Annie Ernaux escribió Pura Pasión: no para justificarme ni explicarme, sino para exponer lo que sentí y que se me quedó jugando entre los labios y la punta de la lengua. Por favor, no me juzgues. Este texto también está suspendido del juicio moral.
Si estás leyendo esto, es porque en algún momento nuestras vidas se cruzaron y, aunque fuera por un instante (o, al contrario, hasta llegar a límites innecesarios), compartimos anhelos, caricias, besos, risas e historias.
Como ya sabes, soy experta en aventar la piedra y esconder la mano. Por eso, en vez de enviarte una biblia personalizada a tu bandeja de entrada —que probablemente no leerías—, decidí hacer un Frankenstein con todas las cartas y mensajes que escribí pero nunca mandé, los que debí escribir y no lo hice, y las entradas de diario que, por mi propio bien y para no ser una amenaza para la sociedad, nunca antes habían visto la luz. Así que, aunque te hablo en segunda persona, eres un destinatario múltiple. Tendrás que ir descifrando qué palabras son para ti y las que no, igual te invito a forzar el saco hasta que te quede o, si prefieres, también puedes pasarlas por alto o, todo lo contrario, obsesionarte con las ajenas, hacerla de detective y preguntarte cuándo fregados hice eso y con quién -la tortura emocional es opcional y queda a tu consideración-.
No quiero lastimarte ni espero que me respondas. Como dije antes, solo quiero exponer lo que nunca me atreví a decir. Porque si algo me enseñaste, fue a nunca quedarme con las ganas de nada.
Hasta hace poco, estaba furiosa contigo y conmigo. Pero el rencor ha ido cediendo, y la gratitud y el reconocimiento han tomado su lugar. Te he stalkeado, lo confieso, y me alegra saber que estás escribiendo, haciendo música, y por qué no, hasta superando el duelo de tu esposa. En algún universo paralelo, yo fui quien te acompañó en esas andanzas exploratorias.
Perdón por bloquearte/silenciarte, tuve que hacerlo para seguirte queriendo.
Nunca lo he ocultado, pero ahora intento ser más valiente al respecto: te he extrañado muchas veces. A ti y al pequeño país que construimos, con bromas, miradas y gestos endémicos, y que ahora en el exilio, no puedo encontrar en ningún lado. Queramos o no, todavía compartimos una cosmogonía y un lenguaje en común. Hay cosas que son guiños directos a nuestra mitología que ahora, así como cualquier tradición oral, también tiene versiones distintas y pese a sus similitudes, estas no se ponen de acuerdo entre sí.
Me gusta fantasear con que, debajo de todo ese enojo, también me extrañas y honras lo que vivimos. En más de una ocasión he soñado que hablamos, que me pides perdón y nos perdonamos. Me gusta creer que si apareces en mis sueños es por tu voluntad y no la mía. Tal vez no sea cierto, pero me consuela pensarlo, porque te conozco —o al menos me convenzo de que alguna vez lo hice. Aunque, claro, sé que probablemente la versión de ti que conocí ya no existe. Como tampoco existe la versión de mí que tú conociste: sin tantas canas, con los pasos tropezados y el miedo encajado en la médula.
La verdad es que sin ti, a pesar de ti, gracias a ti, he crecido. Ojalá pudieras verme ahora: estoy irreconocible. Me siento orgullosa de en quién me he convertido. Confieso que a veces, me gusta imaginar tu reacción a varios acontecimientos últimos que no tuviste la dicha -o desgracia, dependiendo de como lo veamos- de presenciar.
Hay partes de mí que solo existen porque tú las descubriste. Muchas cosas en mi vida solo tienen sentido porque tú estuviste ahí y me abriste un mundo de posibilidades. Si me arrepiento de algo, es de no habértelo dicho antes. Intento compensarlo, y ahora en un presente en el que ya no estás presente te honro y reconozco todo lo que me enseñaste (si algo aprendí del mundo académico fue a citar en APA y darle crédito a quien corresponde): sin ti, no sé qué hubiera hecho en la residencia de escritura; gracias por presentarme a mis bandas y autoras favoritas y al ramen, por los tips de supervivencia en vuelos largos; por enseñarme a comer huevo con tocino y miel de maple como los gringos, el Qi Gong, a pronunciar Sartre y Descartes, las reglas de puntuación, la historia universal, cómo terminar a alguien, sobre el psicoanálisis, las industrias creativas y las cervezas artesanales, a hacer con la boca como un jaguar y como una gota que cae en un estanque.
Te debo muchas primeras veces, y gracias a ti entendí lo que significa la complicidad. Atravesar el miedo, a veces sostenida de la mano, a veces de la cintura y a veces de los hombros, lo hizo más llevadero. A solas, me gusta hacer el inventario de caricias e imaginar el recorrido dactilar que tantas veces hiciste. Una vez gritaste "terapia de besos" antes de besuquearme, y aunque para ti fue solo un chiste, para mí sí fue terapéutico y tuve que esconder mi cara en ti para que no me vieras llorar. Gracias también por eso.
A diferencia de otras rupturas, decidí dejarme el cabello intacto. Sin pintarlo y mucho menos sin cortarlo. Quiero que se quede así como está, como vestigio de que alguna vez lo desenredaste con tus dedos y lo acomodaste detrás de mi oreja para besarme la cara. De vez en cuando corto las puntas maltratadas, como quien cuida y cura un recuerdo.
Espero que nunca dudes de si alguna vez te quise. Y si lo haces, te pido que vuelvas a mis risas, a mis ojos que te miraban y te obligaban a mirarme de regreso, a las lágrimas que nunca te enteraste que derramé. A esta carta de amor tardía. Cada vez estoy más convencida de que la última prueba de amor que pude darte fue irme/dejarte ir.
Hasta la fecha te quiero, te quise y te seguiré queriendo.
Tal vez en otra vida sí.
Daniela.
PD: Para no perder las viejas costumbres, te hice una playlist. Ojalá la escuches y pienses en mí tanto como yo pienso en ti.